sábado, 25 de abril de 2015

Sofía Elena Sánchez y Colombita. Una travesía musical.

Foto por Dilma Gelves 
El mundo de Sofía.
Del otro lado se escuchan varias voces.  Frente a la puerta del apartamento 402 espero bajo la luz del pasillo que mantengo prendida moviendo mi mano sobre el sensor. Escucho que una de esas voces se acerca, la puerta se abre y con un pocillo en la mano aparece Sofía y detrás de ella en la sala de su apartamento una cofradía de mujeres me saluda. Hoy es un salón de onces, pienso cuando recuerdo que esa sala ha sido también un lugar de ensayos, estudio de grabación, entre muchos usos que ella le ha dado, todos en su mayoría alrededor de la música. Sofía sonríe y me invita a pasar mientras me pregunta cómo estoy y si nos ubicamos en su habitación para hacer la entrevista sin interrupciones. Le digo que no tengo problema con el sitio para hacer la entrevista y me despido de las mujeres que siguen hablando en la sala. Camino a la habitación le pregunto si ha dejado de trabajar al ritmo en que venía trabajando la última vez que nos vimos un año y medio atrás. Claro, me responde pero los dos sabemos que nos cierto y nos reímos. Es muy probable que siga trabajando 18 horas diarias para acometer todas las actividades que realiza.

Entramos a la habitación que como la sala tiene múltiples propósitos: es un salón de clases de guitarra, el estudio para hacer las entrevistas de su programa de radio en la UN Radio y ahora el sitio de promoción de su último disco con Colombita. Son las diez y media de la mañana y Sofía ya ha atendido dos reuniones vía virtual y yo soy el tercero en su lista de actividades. Mientras nos sentamos bromeo sobre su poder de ubicuidad que le permite estar hoy sentada conmigo concediéndome una entrevista y mañana estar tocando en Pereira con Colombita, mientras otra persona la está escuchando al mismo tiempo en su programa radial de músicas colombianas. ¡Son muchas “Sofías”!, le digo y ella sonríe. 



La cita para esta entrevista incluía una invitación a tomar té. Algún sabor en especial o te sorprendo, me pregunta a lo cual respondo que me sorprenda porque estoy seguro que cualquier té que tome en ese apartamento será de un sabor nuevo para mí. Así que se levanta, se va para la cocina y me deja solo en la habitación.

De un rincón de la habitación sale Cleopatra, una gata gris que Sofía recogió y luego adoptó cuando estuvo de colaboradora de prensa en el Primer Encuentro Nacional de Bandola Andina, realizado en la ciudad de Sevilla (Valle) en el año 2008. Cleo ─como la llama todo el mundo─ salta a un mueble que está debajo de una ventana y que da frente a la cama de Sofía, mira afuera y luego se acicala sin reparar en mi presencia. Recorro la habitación y observo el orden casi estricto de todas las cosas y siento envidia; mi habitación por más que me esfuerce nunca estará tan ordenada. Sigo mi recorrido y veo una biblioteca. Cuando alguien tiene una biblioteca presto mucha atención a los libros que guarda, pues siempre he pensado que son capaces de decirme mucho sobre la persona que los atesora. En la biblioteca de Sofía veo libros de Gabriel García Márquéz, El perfume de Patrick Süskind y varios libros que basan su temática en la mujer.  Sofía siempre habla con pasión del papel de la mujer en la música y una de las motivaciones al formar Colombita fue crear un espacio de encuentro de mujeres queriendo hacer música.

Pocos minutos después aparece Sofía con una bandeja y en ella un juego de té de un nombre particular que no logró retener y unas galletas. Toca esperar unos cinco minutos mientras el té suelta, me dice y me ofrece una galleta. Luego de los cinco minutos me sirve una taza de té y me pide que lo pruebe. Soy muy malo para diferenciar sabores y me esfuerzo para detectar el de este. Logro sentir un sabor cercano a los arequipes de café que como cuando voy a Pereira pero sé que no es ese. Acudo a mi sentido del olfato para ayudarme pero es inútil. Es un sabor como a tierra, me dice Sofía dejándome más desorientado y animándome a adivinar el sabor, pero no logró llegar. Es maple, me dice, toma un sorbo de su taza y su gesto al saborear el té me involucra en una experiencia sensitiva: gusto, olfato, tacto, todo en una taza de té. 

Luego de compartir cada uno lo que hizo en el año y medio en que no nos vimos Sofía empieza a contarme emocionada que el tiple, en manos de Diego Otero, estuvo como invitado de honor en un concierto de Colombita en San Gil (Santander) y posiblemente vuelva de manera ocasional al grupo. Es una exclusiva que me da y que la hace volver al momento en que el tiple dejó de ser parte de Colombita.

Colombita crece.
El miércoles 13 de enero de 2010, tomé una cobija y me senté en el sofá de mi sala; con el control del televisor en la mano sintonicé el canal Señal Colombia. Eran más de las diez de la noche y yo esperaba que apareciera en escena el Trío Colombita. Era la primera vez que un grupo de la región andina colombiana en formato de trío típico participaba en el Festival Internacional de Música de Cartagena. El formato era tan diferente a todos los que participaban en el festival que hasta al comentarista le resultaba difícil describirlo. Colombita había llegado a este festival luego de un trabajo de diez años.

Los dos volvemos a este momento. Yo tratando de recordar los detalles que mi memoría me permite y Sofía para explicarme cómo nació Colombita y por qué ese momento, en donde el tiple hace su última aparición en el formato del trío, es un punto de quiebre para el trabajo del grupo.

Sofía había pertenecido a grupos de cámara como Nogal Conjunto de Cuerdas en la década del noventa. En este tipo de grupos se aproximó a las músicas de la región andina, creció como instrumentista y experimento el formalismo que la llevo en algunos momentos a usar corbata y esmoquin. Sofía me explica que en esa época la música andina manejaba una estética establecida por años en donde las mujeres (y también los hombres) se vestían de campesina clásica con traje típico o se iban al formalismo extremo de usar esmoquin en regiones donde el calor era asfixiante.

La búsqueda de Sofía estaba encaminada a un grupo que rescatara lo femenino dentro de una estética diferente. En 2000 encuentra a dos mujeres que comparten con ella la idea de aportar un concepto distinto a la música andina colombiana y sobre todo al formato de trío típico. Junto a Luz Ángela Jiménez, en el tiple y (eventualmente) la voz y Dora Carolina (Corita) Rojas en la bandola fundaron Colombita. Este trío se convirtió en un lugar en común donde pudieron tocar lo que querían, lo que les gustaba, sin repertorios impuestos y con un vestuario que mostrara una personalidad diferente. En un espacio de reconciliación con lo femenino, me dice Sofía, donde caben por igual el esmoquin y los vestidos con muchos colores. 

Años después Luz Ángela Jiménez siente que necesita sustentarse instrumentalmente desde su tiple y se retira del trío. Al trío se incorpora Oriol Caro quien trae consigo un equilibrio, un lenguaje diferente como tiplista  y un aporte distinto dentro de toda la filosofía con la que se había formado Colombita.

Cuando Colombita regresa a Bogotá luego de su participación en Cartagena en 2010 algo había cambiado. Intenté en una ocasión preguntarle a Sofía y a Corita las razones por las cuales Oriol había dejado el grupo pero encontré que entre los tres había un pacto tácito de no entrar en detalles y simplemente desistí y entendí que las razones las tenían ellos y nadie más. La partida de Oriol constituye un momento determinante para Colombita. Sofía, en cabeza de la parte musical, se encaminó a una exploración diferente. Ya el formato de trío típico no estaba y en reemplazo de Oriol llegó Diego Cadavid, percusionista de varios proyectos musicales no tan cercanos a la música andina colombiana y que trajo con él ─como en el pasado Oriol─, un aporte diferente al grupo desde lo tímbrico y lo músical. Sofía empezó a explorar desde el formato nuevas formas de asumir la guitarra y la bandola, los repertorios fueron ampliándose y diversificándose hasta abordar obras que antes no habían tocado como grupo.

En marzo de 2012 me entrevisté con Colombita  ─que había dejado su prefijo de trío y ahora era un ensamble instrumental─. Había pasado dos años desde la partida de Oriol y ahora presentaban al público su exploración bajo el nombre de Repercusión, su cuarto trabajo discográfico. Repercusión fue el resultado de “involucrarse con otros estilos y otras tendencias que por supuesto demandaron estudio e investigación”, como lo definió Corita dentro de la entrevista.

Días antes de encontrarme con Sofía para la entrevista del quinto álbum del grupo volví a escuchar Repercusión. En ese ejercicio de escucha descubrí  un disco necesario para la evolución del nuevo formato de Colombita. Muchas veces como músicos aplazamos la grabación de un disco porque creemos que no estamos listos. Colombita se lanzó y tomó este disco como una apuesta hacía el sonido que según Sofía aún están buscando. Y desde ese análisis, una de mis inquietudes era saber cómo habían transitado ese camino hasta llegar al quinto disco. 

Con la incorporación de Ana María Ulloa como cantante volvió la voz femenina, me dice Sofía cuando habla del formato que presenta el último disco. Ana María se vincula al proyecto en 2011 luego de que Colombita fuera invitado al Concurso Nacional del Bambuco en Pereira. Este concurso fundamentado en el rescate y la conservación del repertorio vocal, le dio la oportunidad a Colombita de invitar a una cantante. El formato funcionó y Ana María se vinculó oficialmente para contribuir desde su experiencia como cantante a la exploración que ya venía desarrollando el grupo.

Cuando Sofía me empieza a hablar de las alternativas que se abren con la incorporación de la voz y de cómo el formato va cambiando en la medida en que la voz establece diálogos con los otros instrumentos,  tomo el último disco de Colombita: Conciert’A Voz  y exploro el diseño que sigue una misma línea conceptual con Repercusión. Sofía entra en detalles interpretativos y conceptuales que me invitan a escuchar el disco. Del té de maple ya no queda nada y Sofía, luego de contarme los detalles de la grabación y como tuvo que aplazar el trabajo con Colombita para asumir su trabajo de grado, se levanta y por petición mía me firma el disco y me acompaña a la puerta donde la charla se extiende pasando a otros temas vinculados a la música. Al final, cuando yo ya estoy en la escalera de salida y ella en el vano de la puerta, me dice: uno se debe a su público y el único compromiso con ese público es dar.
    
Foto por Dilma Gelves
Conciert’A Voz
Al llegar a mi casa saco el disco de su estuche, lo pongo en mi computador y siento una explosión sonora con las primeras notas que salen por los parlantes. Busco unos audífonos para escuchar mejor los instrumentos y también para vivir esa experiencia solo.  Escucho uno a uno los temas que me invitan a un recorrido por todas las regiones de Colombia. Cuando voy por la quinta de las doce pistas (incluido el Bonus Track) se acerca mi hermana y al verme concentrado me pregunta:

─ ¿Qué escuchas?

─Un disco de músicas colombianas que está muy bien logrado y que constituye un paradigma para el acercamiento de las músicas colombianas─, respondo intuitivamente, sin preconcebir mi respuesta, formando rápidamente (y para mi sorpresa) un concepto global llevado por los sonidos que llegan directo a mis oídos.

Mi hermana no me pregunta nada más y se aleja. Entonces me tomo un momento y pienso que esa respuesta que le acabo de dar es un juicio valorativo muy importante (tal vez delicado) para un disco de músicas colombianas. Pienso que lanzar este calificativo de “paradigma” puede hacer que muchos me pregunten el porqué de esa afirmación. Así que intentando encontrar respuestas que me alejen de hipérboles y adjetivos vacuos (comunes en las músicas colombianas), devuelvo la pista que estoy escuchando y agudizo mi oído para rastrear cada uno de los instrumentos.

Empiezo por la bandola. Soy bandolista y creo que empezar por lo que conozco me será más fácil. Por un momento el impulso de sentarme y criticar todo lo que escucho me invade. La sensación que me dio el disco en un primer momento no estaba mediada por mi papel como músico; fui un oyente más, una persona queriendo escuchar músicas colombianas. Pero ahora no, ahora siento convertirme en un tipo de músico dispuesto a criticar porque mi oído "entrenado" es un termómetro implacable. ¿Qué tan alto ha llegado Colombita para tener la necesidad de desvirtuar su trabajo? Justo antes de que la metamorfosis se dé, todo me parece una idiotez paranoica, pero también pienso que alguien al leer esto encontrará en su cabeza un espécimen de este tipo de músico. 

Alejo estos pensamientos y retomo mi ejercicio: descubrir qué hay detrás de todo el concepto musical de Colombita. Sigo por los temas a la bandola y encuentro un instrumento al servicio del realce de todo el ensamble y éste, en retribución, eleva el papel de la bandola. Cada acorde, frase y efecto parece haber sido pensado para este fin mutuo. El sonido que le da el séptimo orden que Corita le incluyó a su bandola completa el registro medio del grupo constituyéndose en un aporte para la música de Colombita y para la bandola andina como instrumento.
  
Sigo con la guitarra y entiendo lo que Sofía me trataba de explicar en la entrevista cuando decía que la disociación de la mano derecha fue un reto muy importante. En temas como Colombia, un pajarillo de El “Cholo” Valderrama, Sofía logra una apropiación del papel del bajo característico en estas músicas mientras sus dedos índices, medio y anular refuerzan la melodía en una disociación harto compleja. En Fantasia Tropical de Lucho Bermúdez  (que en el disco es la pista seis), Sofía pasa del rol de guitarra acompañante al de guitarra puntera con gran versatilidad. El bolero iba a ser grabado en trombón y guitarra pero el trombonista no pudo llegar a la grabación, me cuenta Sofía. Así que ella tomó los dos roles, los estudió y luego los grabó en dos sesiones. 

Cuando escucho la percusión recuerdo algunos grupos que cuando deciden incluir percusión a su formato caen en la saturación. En esos casos más es menos. En Colombita, Diego con un criterio y una incorporación casi quirúrgica pone instrumentos como el Djembe, el Bodhran, el Hi Hat, entre otros, a hablar con los otros instrumentos del formato de forma acertada. Al igual que la bandola, la percusión también está puesta a disposición del ensamble y en el disco lo percutivo resulta en que más es mucho más.

Por último me encuentro con la voz y la interpretación de Ana María Ulloa. Ella logra en mí lo que hace mucho tiempo no vivía: la capacidad de asombro en una interpretación. Su trabajo con los colores y efectos de su voz como instrumento es magistral. Pasa del color característico de una campesina boyacense al cantar música carranguera al canto recio de los llanos con una facilidad que no puedo creer. Escucho de nuevo el bolero Fantasía Tropical, y luego busco en internet la interpretación de Matilde Díaz, esa interpretación que todos sienten como única. Luego escucho la propuesta de Ana María, en un ir y venir de versiones y encuentro una buena re-interpretación y mi asombro crece. Cuando ella lo grabó estaba a una semana de dar a luz, me dijo Sofía en la entrevista y pienso que la fortuna nos permitió que Ana María alumbrara esta versión una semana antes de nacer su hijo.   

Terminado mi análisis siento que tengo todos los argumentos para defender mi primera impresión. Así que le escribo a Sofía felicitándola y ella a su vez me agradece mis comentarios y me recuerda que otra parte importante de todo el disco fue el trabajo de Joaquin Cabra, el ingeniero de sonido. Claro, pensé. El trabajo para captar cada instrumento de percusión; los efectos de la voz, la guitarra y la bandola implican un conocimiento y un trabajo comprometido con el grupo. Una relación difícil de encontrar para cualquier grupo.

Al final de todo este recorrido por el quinto trabajo discográfico de Colombita me queda algo pendiente. Toda esa música debe estar respaldada por una propuesta escénica que redondee todo el concepto, le escribo a Sofía. Estoy seguro que muchas personas (incluyéndome) querrán ver este proceso secundado por una apropiación escénica integral y de lograrlo, en Colombita todo estará completo. 



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